miércoles, 4 de junio de 2014

POST TENEBRAS LUX


Cine de autor del bueno










Dentro de esa amalgama caótica y confusa que llamamos “cine de autor”, expresión a la que hay que tenerle miedo, como la de “cocina de autor”, se esconden tres categorías. En lo más bajo está la gente como Albert Serra, los llamados Campeones del Sueño. Vayan a un cine a ver cualquier película suya y sabrán inmediatamente por qué lo digo. Sin ánimo de querer parecer talibán, estas películas deberían estar vetadas por ley de las salas de cine y recluidas en las museos de arte, para nos salir de ahí jamás, y eso no por nada, sino por un motivo de salud pública, salud mental me refiero, en el sentido que los revolucionarios franceses hablaban de la santé publique. Algo que hay que mantener en cuarentena para que no infecte al cuerpo social. En un segundo lugar, en lo alto, están los cineastas que entienden el cine a su manera y hacen lo que les viene en gana, como les viene en gana, sin respetar ni el orden narrativo (léase planteamiento/nudo/desenlace), ni las reglas del encuadre, ni la coherencia lógica, ni los diálogos con sentido, ni la separación entre simbólico e imaginario, ni ná de ná. Pero se lo perdonamos porque tienen algo que contar. En ese grupo se encuentra Carlos Reygadas.*

Aunque su cine es difícil de digerir, no es una experiencia infructuosa. Hay recompensa al final.
 

La película abre con una niña de tres años caminando sola en un pasto encharcado. El sol de la tarde cae en un crepúsculo morado que parece vaticinar fin del mundo. A su alrededor vacas, corren perros y caballos desbocados. Nosotros vemos, a través del ojo de la cámara, con los bordes distorsionados por el lente, la realidad desde el punto de vista de la niña, a una altura de medio metro del suelo. Vistos así, los animales en su trote salvaje, parecen monstruos terribles que en cualquier momento nos pueden convertir en pulpa. Anochece, la niña sigue sola, sentimos su miedo, ¿dónde están los padres?


Esta y muchas otras son la secuencias impactantes de Post Tenebras Lux, una película que deja huella y que, como algunas sustancias psicotrópicas, empieza a hacer efecto en nuestro cerebro al cabo de unas horas. Un efecto benéfico y subyugante. Las imágenes retornan como las ideas de Platón después de la transubstanciación.


El sentimiento trágico de la vida mexicana. Ahí donde vivir vale bien poco;  en cualquier esquina te pueden descerrajar dos tiros y dejarte tumbado en el suelo, pero también donde se vive exaltadamente. El lugar en que se rinde culto a las muertos de forma  alegre y festiva.





Ayer escuché en la radio el testimonio conmovedor de una señora enferma terminal de cáncer con pocas semanas de vida por delante que pedía, entre sus últimas voluntades, salir en directo en un programa de radio que ella escuchaba todas las mañanas, conocer en vivo a esa gente que la había acompañado tantas mañanas, despedirse de ellos, participar por una vez, dando su testimonio y agradecerles la labor. El resultado fue uno de los programas de radio más conmovedores que he escuchado nunca**. La serenidad de esa mujer, su aceptación del muerte como parte de la vida, un punto final que hay que poner y que hay que hacer bien, con cuidado, como uno quiere y cuando quiere, no de cualquier manera en la cama de un hospital. En un punto de la entrevista, la señora, Dolors Vicens, habla de ese sentimiento trágico-festivo de la vida que es propio de los mexicanos y no pude evitar pensar en Post Tenebras Lux. Que es precisamente la luz que se debe ver pasado el túnel.


 
Toda ella es una exaltación de Eros (véase la escena de la sauna) y Tanatos (la muerte, el demonio infográfico, la agresividad con los animales). La esperanza representada por los niños pequeños llenos de vitalidad, la animalidad del ser humano (en el buen sentido de la palabra), su desnudez, su trato con otros animales, con la naturaleza. En Post Tenebras Lux todo esto aparece de forma condensada sublimada, hecha arte. Arte en forma de imágenes en movimiento, con una belleza poderosa, debido a la fuerza del mensaje que cargan. Un cine como vino bueno, para disfrutar cada trago.


* NOTA: En la cúspide de la clasificación se encuentra, brillando en solitario, como Sauron en la Torre Oscura, Jean Luc Godard y sus collages que de tan geniales no se pueden ver sin sufrir terribles dolores de cabeza.















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